Nicolas Sanchez L.

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Norte Grande (a Antofagasta)

Golden Sunset IIDigital C-Print, 192 X 155 cm, Mounted on Dibond and Diasec
Amar el mundo, viajar, es un arte sutil
que consiste en descubrir
los secretos lazos que unen las ciudades.
Salvador Reyes, Andanzas por el desierto de Atacama.

Desde fines del S.XIX, en Antofagasta recalaba todo aquel aguijoneado por el deseo de hacer rápida fortuna. Llegaban en barcos llenos de sueños de oro y metales preciosos a esta aislada franja entre dos extensiones inabarcables –el desierto de Atacama y el océano Pacífico-. La ciudad fue construida así, por el deseo, la esperanza y la decepción; por empresas épicas y solitarias epopeyas en esa eterna búsqueda humana de fortuna y bienestar.

Las riquezas escondidas en el desierto eran tales que se llegó a creer que la pampa era una superficie imantada que atraía sustancias metálicas del cielo y la tierra. Lo cierto es que a estos páramos inhabitables se arrojó el hombre en busca de riquezas; aquí vivieron y penaron miles de hombres, entre la fortuna y la desgracia, el triunfo y la miseria, combatiendo al desierto en un esfuerzo de toda la vida, alimentados por la fascinación y la quimera de la veta.

La bonanza y la crisis se turnaban en un escenario constante de incertidumbre. Cuando la suerte no era compañera, se luchaba contra la sed, el frío y el hambre. Cuando se descubría una veta, la plata corría en Antofagasta y la ciudad estallaba en optimismo y derroche. Esta inestabilidad forjó en el hombre del norte un espíritu andariego y endurecido, muy distinto al carácter sedentario y bucólico del hombre del sur.

Los mineros y cateadores de a pie y en mulas, recorrieron pampas y salares, dando nombre en el camino a nuevos pueblos, levantando postes de telégrafo y líneas de ferrocarril, fundando oficinas en medio del desierto más árido del mundo. Esperanza, porvenir, prosperidad, progreso, victoria; sus nombres representaban el deseo inquebrantable de muchas generaciones.

Norte Grande (A Antofagasta), es un homenaje a la ciudad más hostil que he tenido la fortuna de habitar. Para querer, para comprender esta ciudad, es necesario vencer la dureza de su panorama desolado, despojado de todo ornamento y florituras; su gente pendenciera, el aire entre humedad marina y tierra salitrosa, sus cerros desnudos, ásperos, repletos de casas de calamina y madera reseca, su aspecto polvoriento, ruinoso, triste.

Detrás de esa superficie (o más bien encima de ella), una luz clara y luminosa lo baña todo, dando un brillo engañoso, dorado, resplandeciente al objeto más sencillo, a lo que antes era opaco. Es la misma luz la que al atardecer impregna el océano y esos cerros de una dulce nostalgia, que despierta de manera casi dolorosa la infinita poesía que atraviesa la historia del desierto y la condición humana.

Nicolás Sánchez, Antofagasta, Enero 2016