Tiempos de pesimismo filosófico
El artista nacional Nicolás Sánchez hace resplandeciente lo más cotidiano de lo cotidiano. Hasta lo más sencillo, bajo su lente es poesía pura. Nos abrió su cocina, la misma que fotografió con ese arte que lo hace especial, y nos contó cuál es su relación con ella, desde donde se declara un asiduo a la experimentación.
Vegetariano no religioso. Por Soledad García Huidobro. Entrevista revista MasDeco, 12 Junio 2020.
Acostumbrados a apreciar su arte que habla de lo basto, de la contemplación, de la paciencia. Acostumbrados a ver desde su arte una entrega que parece derrumbar los límites impuestos y sumar libertad con solo un respiro. La rutina reflexiva de Nicolás Sánchez lo hace pasar mucho tiempo en la cocina, manteniendo una relación cercana con los alimentos. Se declara vegetariano no religioso, condición que lo obliga a la experimentación. “Me gusta trabajar con lo que hay más que seguir recetas, y estoy dedicado –como gran parte de Santiago, al parecer por la escasez de la materia prima– a la cocina del alimento fundamental de nuestra civilización: el pan. Es lindo leer las descripciones de una masa perfecta en libros antiguos sin imágenes, porque se escudriña al máximo en el lenguaje para dar con las palabras adecuadas que logren describir esa amalgama elemental; cojines de satín y cortezas que suenan como colisiones de estrellas”.
Para Nicolás estos son tiempos de pesimismo filosófico y depresión general de los espíritus, situación que lo tiene muy entusiasmado. Las horas de encierro las dedica a un minucioso trabajo con un archivo fotográfico familiar que abarca aproximadamente 4 generaciones. “Intento buscar los orígenes de un descontento que siento vivo, de que algo se ha perdido, de que el pasado fue mejor, de que todo lo que ahora nos rodea ha entrado en un proceso irreversible de ruina… una espesa atmósfera que lo cubre todo. Escaneo imágenes, leo biografías y voy construyendo una historia a partir de las historias que nos contamos”, dice.
Acostumbrado a la observación de grandes lugares o a tareas de recolección de largo aliento, ¿cómo va la rutina de mirar la realidad desde tu casa?
Los grandes escenarios también se encuentran dentro, aunque el encierro se lleve con una dignidad intermitente. Días los hay provechosos, dedicados al ejercicio diario de entender. Se leen crónicas del Santiago que se fue, de Oreste Plath y una introducción a la música de Jaime Donoso celebrando el regreso de Radio Beethoven. Hasta una tele se hizo el espacio en mi casa para maldecir noticiarios y recordar por qué se odia, para ver películas largas de Bergman, cortas de Buster Keaton o fascinantes lecciones de música de Leonard Bernstein. Hay otros días llenos de miserias domésticas, unos iguales a otros, cortados en rebanadas de horas, en que se hace poco más que mirar una pantalla, beber, hacer el amor –que no es poco– o agitarse en una colchoneta de goma para ahuyentar el humor negro y traer breves momentos de animación exterior.
¿Qué te ha regalado este tiempo en casa?
Algunas noches, en la fortuna de estar sano, me siento en el balcón a ver cómo se prenden los faroles antes de que la noche salga de debajo de los bancos del parque y el toque de queda lo deje todo en un silencio negro. Algo pasa en el océano interior, que resuena de forma especial. Me doy cuenta de lo maravilloso de la ausencia de todo evento y cómo se abre paso la posibilidad de la contemplación. Me ha dado también por buscar refugio en algunos objetos que me rodean, esas cosas bellas que no se necesitan forzosamente y que ni siquiera sirven para nada determinado… objetos decididamente inútiles pero sin los cuales no habría historias ni ceremonias raras de memoria.
Danos una receta preferida en tu casa por estos días.
Cocinar lo más lento y largo que se pueda. Reducciones de horas en sartenes de fierro, hogazas de pan que leudan días completos, fermentados que toman semanas (desde tepache mexicano de piña y jengibre, hasta sauerkraut de repollo morado), paté de lentejas con nuez o lentejas en cualquiera de sus formas, y tragos amargos, muchos, araucanos, negronis y cervezas con aroma ácido.
La conclusión de todo esto que estamos pasando lo hace entrar en una duda universal porque nunca ha trabajado con la contingencia, pero cree que de alguna extraña manera se va a manifestar. “Me ronda la idea de Schopenhauer que Freud toma para hablar de las grandes humillaciones de la megalomanía humana, siendo la primera la cósmica; donde nos enrostra que la tierra es una más de las innumerables esferas luminosas que flotan libremente en el espacio infinito, donde una capa de moho ha producido seres vivos, que sin saber nada se apiñan, aman, nacen y mueren dentro de un tiempo sin comienzo ni fin. Quizás sea un buen momento de entrar en ralentí, quizás solo quede marcharse, quizás quede el arte, que desde las cavernas es una forma de pactar con el sinsentido. Perdón por el nihilismo, lo advertí de un comienzo”, concluye.